La leyenda de Santa Tabita y el castillo de los sueños

Hace siglos, vivía un joven que tuvo muchos sueños, pues solía sentarse a dibujar o a escuchar música variada. En uno de estos sueños llegó a conocer a una persona semejante a una reina; claro está, toda su fantasía se basaba en los relatos de los mitos que había leído con fervor. En una de esas visiones recreaba a un héroe destinado a salvar a una mujer en apuros.

Sucedió que, una noche, al escuchar una canción envolvente, se quedó profundamente dormido. Entonces apareció en un lugar similar a un castillo envuelto en sombras y resonancias antiguas. Allí encontró seres extraños, guardianes del enigma; si lograba evitarlos, podría subir al pasillo superior. Justo antes de llegar al último cuarto, se despertó abruptamente, como si algo invisible lo hubiera arrancado del umbral del misterio.

El joven nunca logró soñar nuevamente el mismo sueño. Pasaron años, pero jamás olvidó el castillo, ya que su arquitectura se asemejaba inquietantemente a una iglesia antigua. Cuando atravesó un problema socioemocional que lo desgarró internamente, volvió a soñar con el mismo castillo. Esta vez, la puerta estuvo abierta. Dentro encontró a otro personaje: una mujer. Su nombre era Santa Tabita. Estaba rezando, serena, pero el joven no la reconoció. Se despertó otra vez, sobresaltado, y al recordarla murmuró:

Tal vez sea una simple imaginación… las lecturas trastocaron mi infancia.

Transcurrieron diez años hasta que volvió a soñar, pero ahora no estaba en el castillo, sino sentado en la misma habitación donde solía dibujar. No lloraba. Estaba quieto, contemplando una imagen de una mujer. Parecía una princesa, según recuerda: llevaba tonos azulados y morados, y brillaba con una luz suave. Su figura estaba enmarcada por un contorno dorado, similar a los marcos de los museos de Cuenca.

Intentó convencerse a sí mismo repitiendo:

Solo es una fantasía onírica. Nunca debió suceder…

Se enfadó consigo mismo, como si albergara culpa por haber creído en un mundo que no podía explicar con lógica.

Pasaron dos años. Cuando se preparaba para viajar permanentemente a Escocia, alguien se le apareció. Era similar a la figura de “Santa Tabita” y al cuadro que tanto recordaba. Resultó ser el mismo personaje de su sueño.

No la saludó. No fue necesario. Sabía que la conocía desde algún lugar que no era de este mundo, sino del alma. Solo la miró. Sus ojos eran lo más característico, irradiaban una profundidad serena. La mujer estaba ayudando a un grupo de voluntarios —el mismo grupo donde el joven colaboraba— con gesto altruista y mirada luminosa.

Intentó preguntar por su nombre, pero el trabajo fue arduo, y el tiempo escurridizo. Solo pudo verla… y posteriormente, partir!

No se sabe el nombre de ninguno de los dos, pero sí el de Santa Tabita. Desde aquel momento, se dice que cada 25 de octubre, si llueve, se puede pedir un milagro a las 12:00 del mediodía, o saludar espiritualmente a Santa Tabita a las 5:00 de la tarde, para recibir regalos ocultos de sanación profunda… y de amor verdadero.