La partida

Hace incontables lunas, cuando los espíritus aún caminaban entre los hombres y las montañas hablaban con voz de trueno, vivía un cazador solitario a quien llamaban el “Urku Yaya”. El abuelo de la montaña. No tenía hogar fijo ni mujer que lo esperara, pues era nómada entre los valles y los riscos. Se decía que brindaba agua y alimentos a los animales de los campos ya que escondían los secretos de los dioses.

Cada año, cuando el maíz doraba los campos y la cosecha florecía como canto de agradecimiento a la tierra, el Urku Yaya descendía a la comunidad. Elegía entonces a la muchacha más bella del poblado y, le ofrecía un aro misterioso. Algunos afirman que era de oro, otros que brillaba como diamante bajo la luna, y otros que simplemente era una promesa del alma. Pero nadie sabía con certeza qué contenía aquel aro encantado.

Sin embargo, una vez, cuando las primeras lluvias de junio mojaron los surcos del maíz, la muchacha más hermosa desapareció entre la niebla de las montañas. Algunos dicen que fue llevada por los espíritus del agua; otros, que el Urku Yaya la ocultó para siempre, protegiéndola de un destino inmimente.

Mi abuelito, sabio entre los sabios, me contó una noche junto al fuego que conoció al Urku Yaya. Me dijo que lo vio llorar sobre las colinas, y que en su llanto florecieron los arrayanes y las retamas. “Fue él quien me bendijo con tu abuelita”.

No sé si es cierto, pero cuando escribo estos diarios siento su presencia como un susurro entre los árboles.

“Eres el semblante de la mañana, la que cubre mis emociones, cuya belleza ilumina mi corazón.”

Ella aparecerá cuando los símbolos y los colores andinos se reúnan en el cielo de junio, justo cuando los pájaros comiencen a cantar su ritual.

El Urku Yaya no es un hombre, sino un mito que camina entre nosotros, custodio de los colores sagrados, del amor perdido y de los misterios de la montaña.

Así inicia mis redacciones. Expresiones de un pensamiento lleno de memorias y leyendas. Dedicaré a escribir y recordar mis historias y memorias para el pensamiento colectivo.

Un encuentro con el código sonoro

Me interesa, profundamente, la interpretación de los símbolos: el color, el sonido, la imagen. Son, a mi parecer, lenguajes secretos del alma, huellas del espíritu en las formas sensibles. Por eso creé una playlist. Todo el mundo lo hace, claro está, recopilar canciones, compartirlas, buscar resonancia en el otro. Pero hay algo más… el primer impulso al hacerlo es el de llamar la atención, sí, esa vanidad que se esconde bajo la apariencia de sensibilidad.

Sin embargo, en mi caso, la recopilación ha sido un acto íntimo. Durante mi trayectoria de estudio fui recolectando canciones que marcaron mi forma de comprender, de aprender, de amar el arte. Ñanpi. Su nombre “camino”, no podría ser más certero. No era solo una canción, era el eco de un impulso vital: avanzar, aun sin certezas. De hecho aprendí a trazar un camino y avanzar a pesar de los obstáculos.

En el camino de la vida, he pensado que la meta es el punto B, pero no se llega allí sin antes haber pasado por el punto A. Y ese punto A no es un lugar físico, sino una visión: eso que sé que puedo ser. Es como una chispa que se enciende dentro y no te deja en paz. En mi caso, esa chispa la encendió una canción: Ñanpi. Su nombre significa “camino”, y eso es exactamente lo que fue para mí.

https://music.apple.com/ec/playlist/c%C3%B3digos-sonoros/pl.u-zPyLWWXTZ55XbeP

Al subir al páramo y encontrarme con el fabuloso “Padre Rumi” me surgió la necesidad de crear la playlist. Debió ser un encuentro con el arquetipo del Padre, según nos indica Jung.

Sin tu amor

En una ocasión escuché la canción “Sin tu amor” (una de las que forma parte de mi playlist), y supe, en ese instante, que significaba algo más. No era la letra lo que me hablaba, sino el sonido. El sonar de los instrumentos tenía un código, una vibración distinta… como si cada nota, cada acorde, cada silencio, llevara un mensaje cifrado que solo puede entenderse si uno se detiene a sentir.

Corazón. Roca. Creer. Pienso que para interpretar el arte, su sentido, su belleza y su estética, uno necesita un corazón capaz de resistir. Un corazón fuerte como una roca, pero sensible como un instrumento afinado. Porque no es fácil enfrentar los obstáculos de la vida, y menos aún detenerse a encontrar sentido en lo que a veces duele.

La estética musical no es solo una “forma bonita”, es una forma de decir: estoy solo, estoy triste, pero aún tengo una ilusión. Y sí, cuando uno se siente solo y triste, puede surgir una ilusión. A veces real, a veces una fantasía que se disfraza de esperanza. Pero incluso esa ilusión es valiosa. Afecta nuestras emociones, nos mueve… nos recuerda que estamos vivos.

En fin. Hay sonidos que no son sólo sonidos: son llamados. Ecos de un lenguaje anterior al lenguaje, que sólo se entienden con el cuerpo, con el temblor del espíritu. Es la premisa fundamental para crear el arte de vivir.

Existe un antiguo relato que se repite en mil formas: el del héroe que, al oír un llamado, se ve arrancado de su mundo ordinario. Ese llamado profundo, marca el inicio de una travesía que no es lineal, sino dolorosa, llena de pruebas, renuncias y revelaciones.

Compartiré un poema hecha para una clase. De hecho logré leer el libro de Joseph Campbell para escribirlo.

La llamada

La llamada del héroe, lleno de asombrosos sentimientos y recuerdos. El viaje del ser a través de valles oscuros superando peñascos. El enfrentamiento a lo desconocido sin rumbo, sin saber si ganarás.

La duda, la curiosidad del hombre que enfrenta a la oscuridad creciente y a su inminente caída. El loco que se enfrenta a las batallas, campos abiertos sin saber si será su final, con la libre convicción de que la batalla que enfrenta será con pasión.

Cuando la noche te resulta espesa, si lo desconocido te sumerge al vientre de la ballena, debes confiar. Confía en tu corazón envuelto en la razón. Confía en la madre, en la fragancia y la esencia de tu corazón, en el poder del padre y su espíritu de protección. En el amor de tu Ser inspirado por la razón.

No te preocupes, la nostalgia nos abruma, la vida misma se hace presente con el desconocido como anfitrión. Pero ¿qué significa la vida sin los enfrentamientos a campo abierto o cerrado? Usa el escudo de tu corazón, presta atención a la razón y prepárate siempre porque la noche es repentina.

¿Qué diré de la felicidad? Ser feliz, ser un héroe, sumergirse en valles frondosos y oscuros. No te precipites. Convirtamos lo desconocido en conocido. ¿Quiénes somos? Entusiastas, valorando las cosas simples y humildes.

Este eco: “héroe” marca el inicio de tu travesía por lo desconocido. No sabes dónde estás ni hacia dónde te diriges. Pero, al menos, comprender sus palabras te permite continuar. Porque a veces no se trata de ver con claridad, sino de intuir que el sentido se revela en el camino.

En mi travesía por el Padre Rumi, no escuché ningún llamado. Nada. En serio: la nada. Y, sin embargo, estar inmerso en ese vacío, suspendido en todo el espacio-tiempo, fue lo más importante. Porque antes de cualquier inicio auténtico, debe haber silencio. Antes del verbo, el abismo. Solo quien ha habitado la nada sin consuelo, sin dirección puede, acaso, comenzar su verdadero viaje.

Finalmente, puedo decir que el mito y el arte forman parte del desarrollo creativo de cada persona, sin importar el lugar donde viva o lo que esté viviendo.

Creo que muchos artistas tienen esa capacidad de moverse dentro de la estética, de entrar al laberinto de la mente y sacar algo valioso de ahí.

En este caso, contar una historia y unirla con la música, el viaje o una fotografía nos permite juntar emociones, colores y formas. Es una manera de entendernos un poco más, sin necesidad de tener todo claro.

A veces, solo escribir ya es avanzar!!


El Sincretismo, según mi parecer.

He formado parte de lo que hoy se denomina sociedad y realidad contemporánea. Desde allí, he experimentado una mezcla viva entre el conocimiento ancestral y los saberes actuales. Se ha comprobado que, al entrelazar rituales como el del renacimiento con elementos de la cultura occidental, puede generarse un contexto sincrónico, en el que nuestras costumbres encuentran lugar dentro de la realidad que habitamos.

Un ejemplo de ello es la festividad del Corpus Christi, cuya identidad no solo se mantiene viva, sino que actúa como una expresión integradora del territorio y de la memoria colectiva.

Recientemente visité un museo donde se exponían elementos simbólicos de esta festividad, y también participé en eventos relacionados. Tuve el honor de acercarme a saberes ancestrales profundamente enraizados en nuestra cultura. Comprendí que, si logramos recordar ciertas costumbres e integrarlas con las nuevas realidades, podemos fortalecer tanto la identidad personal como la identidad comunitaria.

En un proyecto de integración artística, descubrimos el valor simbólico de los materiales naturales utilizados por nuestros antepasados. Pienso que el Sincretismo, surge cuando reconocemos el origen espiritual de la naturaleza y lo expresamos mediante símbolos. De allí surge el sentido profundo del Corpus Christi: rememorar el inconsciente colectivo guardado en nuestras memorias, unir esas memorias y, a través de ellas, construir una identidad viva y en transformación.

Como se observa en las fotografías, cada elemento cultural o simbólico tiene un objetivo, y como expliqué, la meta, el punto B es expresar la identidad comunitaria.

En conclusión, el significado se representa en tales fotografías. Observar, analizar, interpretar y escribir.

Realizaré un ejercicio de interpretación, en este sentido mediante una fotografia interesante, tomada de un ángulo interesante.

En la obra observé detalles esenciales: la coloración, la estructura simbólica, el ángulo de la cámara y la manera en que cada elemento visual construye un mensaje. Ese mensaje, en su conjunto, puede percibirse como artístico, y para algunos, incluso como profundamente sentimental.

Al analizarla, descubrí un detalle significativo: al estar elaborada en roca, me evocó la figura de Pedro, el apóstol sobre quien, según la Escritura, Cristo edificó su Iglesia. Este símbolo me llevó a comprender que el artista no solo crea una imagen, sino que construye un acto de memoria, una obra viva que se renueva mientras dura su contemplación.

Allí nace la verdadera iniciativa: compartir la obra a través de la tecnología, no para disolver su sentido, sino para amplificar su alcance. Me gustó hablar también sobre mi interés en la mitología occidental y en relatos de la Biblia.


El contexto

He creado varias ideas, de ellas, algunas que llevaron al delirio y tras ello a alucinaciones (risa sarcástica). Algunas de ellas me llevaron por caminos extraños, incluso por momentos difíciles de explicar. Podría decir que, en cierto modo, me condujeron a estados de delirio o alucinación, aunque lo digo en un sentido más bien simbólico.

Entre todas esas ideas, una terminó tomando forma en un proyecto de campo. El objetivo era visitar museos, recorrer lugares patrimoniales, observar con atención los detalles de la historia que permanece grabada en las ciudades. Durante este recorrido descubrí algo importante: recordar esos espacios y contextos no solo despierta la memoria, sino que también ayuda a reconstruir la propia identidad. Identidad. Vale la pena acudir al diccionario para poder analizar tal palabra.

Ahora bien, lo comparto aquí como parte de mi búsqueda personal, como ejercicio de memoria y como forma de darle sentido a lo vivido. Tal vez así, al mirar el pasado con otros ojos, también podamos comprender mejor el presente y vislumbrar hacia dónde vamos.

https://padlet.com/alligator9339/arte-colonial-en-cuenca-qtj9ywxa8hntz7bp

La imagen demuestra la estética de la ciudad, el color, en lo personal, me evoca lo clásico y lo barroco, como si en su presencia se condensara una memoria visual de lo majestuoso y lo antiguo. Según diversas lecturas, la presencia de estructuras imponentes revela el valor que la sociedad de aquella época atribuía a la monumentalidad, al orden simbólico y al poder expresado en la arquitectura.

Por esta razón me interesó fotografiar algunos lugares específicos. Sentí que al capturar esas formas no solo documentaba el espacio, sino que también registraba una forma de pensar, de vivir y de habitar el tiempo.

Se puede observar el principio de la visita; tras ello, un recorrido por lugares patrimoniales y, de este modo, recordar la ancestralidad. Hablo de la huella de nuestros ancestros, y, como indiqué, los delirios en mi cabeza me llevaron a visitar un monasterio, estructuras antiguas y los mejores lugares para pensar. La ciudad de Cuenca es un jardín del Edén, en donde un museo forma parte de este pequeño imperio lleno de diversidad, con gente artista y genial.

Creo que la meditación forma parte esencial de este recorrido. De hecho, al realizar el viaje, recordamos el camino del “héroe” a través de tierras desconocidas, donde el objetivo es evocar o descubrir un comportamiento significativo para la vida cotidiana actual. El viaje, en este sentido, se convierte en un ritual. Como comenté en los escritos anteriores, la roca de donde emerge una comunidad es mediante la identidad con el Ser.


El encuentro con la Sombra

Jung nos menciona sobre el arquetipo de la Sombra. Es eso que no puedes ver, lo reprimido, lo que habita en el inconsciente personal y colectivo. Si me encuentro en una situación en la que no sé dónde estoy, o simplemente si estoy perdido o “jodido”, entonces es la Sombra manifestándose en su forma más cruda.

Pero no se trata únicamente de la Sombra. También existen otros arquetipos que influyen en nuestra experiencia interior: el Bufón, el Niño, el Ánima, entre otros. Cada uno se activa en distintos momentos de la vida, y a veces sin que nos demos cuenta. ¿Cómo salir de ese valle oscuro? Creo que, en este sentido, debemos acercarnos directamente a Jung y también al pensador Jordan Peterson. Recomiendo sus lecturas, aunque con cierto límite y discernimiento. No se trata de idealizar, sino de comprender que el proceso de individuación implica atravesar la oscuridad con conciencia, no negarla.

Supongamos que estamos en un bosque. Todo está oscuro. Sientes miedo. No sabes hacia dónde ir. Las ideas se vuelven confusas, casi delirantes. Esa oscuridad, esa incertidumbre… es la Sombra que eres. En ese momento límite, pienso que es allí donde debemos reconocernos. No huir, no negarla, sino observarla con atención.

Cada comportamiento que adoptemos en ese instante formará parte de nuestro futuro incierto. En ese estado, toda elección tiene peso. El modo en que actuamos en la oscuridad revela quiénes somos realmente. Porque solo en la noche más profunda emerge lo que estaba reprimido.

Peterson hablaba del viaje hacia lo desconocido, tomando como referencia a varios pensadores y mitólogos. Creo que, al adentrarnos en lo desconocido, estamos llamados a transformarlo en orden. Sin embargo, esta tarea no es sencilla. Requiere coraje. No cualquiera se atreve a entrar en la sombra y salir de ella transformado.

En la sombra nos enfrentamos a peligros, por supuesto. Pero también encontramos ayuda. Una ayuda que podríamos llamar “sobrenatural”, aunque en realidad proviene de lo más profundo de nosotros mismos. Es como si una parte escondida de nuestro ser saliera a nuestro encuentro para guiarnos. Es el Yo descubriéndose, avanzando, luchando, tal como lo hizo Jesús en su ascenso al Gólgota: con temor, con dolor, pero también con fidelidad al propósito.

He estado conversando con varias personas que han tenido un encuentro con su Sombra; es decir, con sus miedos más profundos. A partir de esas conversaciones, llegué a la conclusión de que cada uno de nosotros responde de manera distinta ante su propia Sombra. Y esto es comprensible, pues cada respuesta está profundamente marcada por el contexto personal, emocional y existencial de quien la experimenta. No se trata de ver fantasmas, sino de vernos a nosotros mismos. De identificar nuestros propios comportamientos como si estuviéramos frente a un espejo que refleja nuestro Yo más auténtico.

Por ejemplo, cuando nos hemos comportado “mal” y las personas a nuestro alrededor expresan ese mismo comportamiento (ya sea con crítica, rechazo o incluso imitación) estamos presenciando una proyección de nuestro Yo. Si logramos reconocer esa proyección, entonces existe la posibilidad de transformar ese comportamiento que, quizás sin darnos cuenta, hemos adoptado como una forma de adaptación. Por eso es tan importante realizar un análisis profundo del Yo, ya sea a nivel interno (introspección) o externo.

Hace unos meses leí sobre el concepto de proyección. No lo comprendí como un término coloquial, sino como algo profundamente filosófico y psicoanalítico. Si una persona logra ver su propio comportamiento reflejado en otra persona con miedo, rechazo u odio, está en realidad proyectando su Yo. Es decir, está viendo fuera de sí aquello que ha reprimido internamente.

En ese momento, lo que surge no es la realidad del otro, sino una imagen interna desplazada, un contenido propio del inconsciente que, al no ser reconocido como propio, se coloca en el exterior. Así, uno “ve” en el otro lo que es en realidad o lo que no se atreve a aceptar de sí mismo. Tal vez inicie la idea de la envidia… no puedo afirmar esta premisa, ya que se necesite leer. Agregaré el texto de Jung, para un analisis cauteloso.

https://materialdeconsultaib.wordpress.com/wp-content/uploads/2016/05/art-jung-carl-gustav-el-hombre-y-sus-simbolos.pdf

Este mecanismo (a veces doloroso) ofrece una oportunidad única: reconocer aquello que negamos. Verlo, enfrentarlo y, si se tiene el valor, integrarlo. Solo así puede iniciarse un proceso auténtico de transformación interior.

En los primeros textos escribí sobre el Padre Rumi. Comencé a preguntarme: ¿por qué “Padre”? ¿Por qué “Rumi”? Luego de una reflexión profunda, llegué a una posible conclusión: nuestros antepasados proyectaban la imagen de su Padre**, o más precisamente, del arquetipo del Padre en una montaña**. Lo que hoy, en muchas culturas andinas, se denomina “Apu”: una entidad sagrada, protectora, firme y ancestral.

Por otro lado, “Rumi” significa roca. Tal vez, al llamar así a la montaña, nuestros ancestros buscaban expresar la solidez, permanencia y fuerza de su pueblo, y al mismo tiempo rendir homenaje a esa figura paternal que habita el paisaje.

Es posible que vieran en la montaña no solo un lugar físico, sino un espejo simbólico del linaje, del origen y del espíritu protector de su comunidad.

La semana anterior tuve un sueño: me encontraba en una gran institución. Mientras recorría sus pasillos y espacios, logré identificar varios personajes. Lo curioso fue que algunos de ellos se asemejaban a mí mismo, pero en una versión distinta… como si fueran “yo” en el rol de profe.

Los sueños alojan contenidos del inconsciente, y muchas veces emergen como representaciones simbólicas que intentan comunicarnos algo esencial. En este caso, sentí que el sueño revelaba una parte de mí que aún busca expresarse plenamente: una identidad posible, una vocación tal vez… el inconsciente colectivo!

Los sueños no solo revelan lo que hemos reprimido, sino también lo que necesitamos integrar. A través de ellos, el inconsciente nos ofrece claves sobre nuestras decisiones, temores, deseos y conductas. Comprenderlos es, en cierto modo, abrir una puerta hacia uno mismo.


En el principio…

Me interesa mencionar algunos relatos sobre el Padre Rumi; de hecho, esa fue una de las razones por las que creé este blog, o al menos, así lo intuí en su inicio. Según varios comuneros, el Padre Rumi era una figura mítica, una presencia ancestral de la que emergieron distintos personajes y leyendas. Hasta el día de hoy, esta figura sigue manifestándose simbólicamente en el territorio, especialmente a través de estructuras zoomorfas en la roca, que parecen guardar la memoria viva de ese mito.

Considero que Padre Rumi fue, en su sentido más profundo, un centro ceremonial. Su estructura no es solo piedra: es símbolo. En ella se hallan marcas que evocan antiguos rituales de renacimiento, practicados por los incas para rendir tributo a sus dioses.

En la comunidad donde crecí se realizaban prácticas similares, aunque con un tono más sencillo, más simbólico. Era una espiritualidad humilde, profundamente arraigada a la tierra. Entre páramos y quebradas, la comunidad celebraba matrimonios, ofrendas y encuentros que unían a las personas con el ritmo de la naturaleza. Es lo que pienso, y a veces el delirio me lleva a redactar incoherencias, de igual manera mi incoherencia me lleva a seguir un mal camino. Es una voz antigua que aún nos llama al respeto, al vínculo, a la contemplación


Trabaja!

Intentaré ser lo más coherente posible, sin caer en sentimentalismos innecesarios.

Tal vez se trate de esquizofrenia, TDAH, depresión… o incluso del complejo de Edipo (me río un poco al pensarlo). Lo cierto es que suelo captar símbolos o lenguajes que, de algún modo, se refieren a ciertos contextos ocultos, como si cada palabra, cada gesto o color tuviera una intención profunda. No lo interpreto de forma negativa; al contrario, procuro respetar la ética y, en lo posible, el espíritu del juramento hipocrático que alguna vez estudié y valoré.

Por ejemplo, hay ocasiones en que un color en alguien (su ropa, su entorno, su energía) me produce una emoción específica o me evoca un significado. Como si cada color hablara. No lo racionalizo del todo, pero lo reconozco como una forma de percepción distinta, quizás simbólica, quizás emocional.

A lo largo de mi vida he visitado museos, espacios patrimoniales, he actuado en teatro, he estudiado, he trabajado, y sobre todo he conocido personas valientes, sensibles, lúcidas. Personas que han pasado por mucho, y sin embargo siguen creando. Por eso pienso que trabajar no es solo producir, sino hacer lo que esté en tus manos, vivir con claridad interior, y cuidar de uno mismo y de los demás.

En el camino me encontré con personas que se parecían a mí. Y también con momentos en los que yo mismo he etiquetado a otros. Ese, creo, es el error más común: reducir al otro a una palabra, a un diagnóstico, a una impresión superficial, cuando lo verdaderamente humano está siempre más allá.


PODEMOS AVANZAR

Tomaré un descanso. Solo eso. Una pausa con café caliente entre las manos, mientras suena alguna banda sonora de esas que te revuelven el alma sin pedir permiso. No es para llamar la atención ni hacerme el interesante. Es solo que necesito escribir desde el lugar donde nacen los problemas, no para resolverlos, sino para entender de qué barro estoy hecho.

He leído por ahí que hay que lanzarse a lo desconocido si uno quiere conocerse de verdad. Porque es fácil hablar bonito cuando todo va bien, pero otra cosa es mirar de frente tus errores, esos que duelen, que queman, que te sacuden el cuerpo como si la verdad fuera un castigo.

Y sí, duele. Conocer lo que uno realmente es… a veces, es insoportable. Pero también, en medio de ese dolor, hay algo puro. Algo que no se puede explicar, solo sentir. Como si el caos tuviera voz y, por fin, se dejara escribir.

El sufrimiento, sí... ese parece ser el precio de algo que llaman “el mal”. Pero ¿qué es el mal cuando uno camina solo, arrastrando la cruz sin cireneo, sin un gesto, sin una mano? hay dolores que no nacen del pecado, sino del abandono. Y entonces uno se pregunta si el verdadero infierno no es tanto el castigo, sino la ausencia. La ausencia de compañía, de consuelo, de alguien que diga: “no estás solo, deja que cargue contigo aunque sea un tramo.”

Pero no. A veces el peso cae entero sobre uno. Y ahí es cuando el mal se vuelve algo confuso, porque no es sólo lo que hiciste, sino todo lo que no pudiste evitar que pasara. Y lo peor: lo que nadie quiso ver. Quizá el mal, en ese caso, no está en uno... sino en ese silencio del mundo cuando decides hablar.

....

En una ocasión soñé con figuras extrañas. Un enano, un dragón, una serpiente. No eran sueños normales; tenían un peso, como si salieran de una profundidad que no es de este mundo. Luego leí: son arquetipos, símbolos de lo que he reprimido, de lo que no he querido mirar. ¿Memorias? ¿Heridas? ¿Fantasmas?

Y cuando uno sufre, ve todo esto como si fueran mitos, como cuentos lejanos. ¡Ahí estuvo mi error! No entendí nada. Pensé que bastaba con interpretar los símbolos, nombrarlos, domesticarlos con palabras... pero el dragón seguía allí, quemándome desde adentro.

Cambié de terapeuta. ¿Qué más podía hacer? Las medicaciones me llevaron más profundo aún, como si abrieran puertas que nunca debieron tocarse. Ruidos, imágenes, voces. El caos. La locura. No esa de los libros, no la poética: la real, la que te hace temblar las manos y sospechar de tu sombra.

Me dijeron que el alcohol ayuda a desahogar. No lo probé, pero entendí por qué a tantos les seduce: te promete olvido sin juicio, silencio sin terapia. Yo no tomé, pero la idea rondó como un susurro cómodo.

Leí a Wayne Dyer. Tus zonas erróneas. Y, mira tú, peor me sentí. Como si alguien me gritara desde una torre de cristal que todo estaba en mi cabeza, que sólo tenía que cambiar de pensamiento. Pero no, hay dolores que no se curan con frases bonitas. Hay infiernos que no desaparecen con afirmaciones positivas.

Y sin embargo, aquí estoy. Escribiendo. Porque si no escribo, me hundo. Porque el enano, el dragón y la serpiente… no eran enemigos, eran mensajeros. Yo simplemente no los supe escuchar.

Dejé las lecturas. No por desprecio, sino por agotamiento. Llegó un punto en que las palabras ya no respondían. Entonces empecé a escuchar el silencio. Sí, a escucharlo como quien se sienta frente al abismo y espera. Y allí, en ese espacio donde ya no hay ruido ni consuelo, vi el atardecer. No con los ojos, sino con el alma. Por fin me escuché a mí mismo.

Aprendí que, si uno se detiene —si realmente se detiene— y se permite un instante de respiración consciente, de meditación, de entrega en el silencio… entonces algo cambia. Te ubicas. No geográficamente, sino existencialmente. Te reconoces. Y de allí nace algo que no es magia ni doctrina: nace el valor de la vida. No hablo como místico ni como budú, lo digo como ser humano que ha sangrado, que ha gritado por dentro, que ha callado lo indecible.

En Artes y Humanidades comprendí algo esencial: interpretar símbolos es darles voz. Y cuando transmites su significado, no solo estás comunicando, estás salvando. El símbolo es, quizá, la forma más pura de la estética del vivir. La belleza de existir no está en lo perfecto, sino en lo que logra significar el caos.

No intento ser sentimental. No lo soy. Lo que digo no viene del corazón romántico, sino de las ruinas internas que me he atrevido a mirar sin desviar la mirada.

La culpa. El miedo. El pasado. Todos ellos están en la mente, sí. Pero no son demonios eternos: son recuerdos, sombras. Y cuando los reconoces como tales, puedes asimilar, puedes usar la inteligencia emocional como espada, y madurar. No se trata de olvidar, sino de transformar. De hacer, con todo ese dolor, algo que tenga forma y sentido. Algo que respire contigo.

Por ejemplo, supongamos que estas con miedo, no sabes que hacer, ahora bien, yo te invito a tomar un cafe, respirar 10 veces, escuchar una buena cancion, imaginar que estas en un lugar cómodo, no un mar y si lo haces con voluntad y con deseos de mejorar, vas a sentir algo de tranquilidad.

He aprendido de los mejores. No de libros ni de grandes catedrales de sabiduría, sino de mi madre, de mi padre, de mi familia y de esos amigos que, sin darse cuenta, me enseñaron a vivir. Aprendí que si tienes el valor de reconocer tus errores, entonces puedes comenzar a conocerte. No como te imaginas, sino como realmente eres.

Y ahí entra la inteligencia emocional. No me refiero a saber resolver ecuaciones, ni a recitar teorías que no se encarnan. Hablo de algo más profundo: el arte de discernir. De observar tus propios actos con honestidad. De organizar tus errores como quien recoge los pedazos rotos de su historia y decide reconstruirlos, no para ocultarlos, sino para hacer con ellos un pasado verdadero. Un pasado digno.

Eso me lo enseñó mi profe. No en un discurso, sino en su modo de mirar, en su silencio cuando fallé, en su palabra justa cuando todo parecía perdido. Me lo enseñó mi madre, sin títulos ni protocolos, solo con el ejemplo. Y ahora te lo transmito a ti.

No es una verdad absoluta. Es una verdad vivida. Una que duele, pero salva.

En el Evangelio de Juan se dice que al principio existía el Verbo. La Palabra. El sentido. Pero yo, desde lo más hondo de mi carne y mis caídas, te digo otra cosa: al principio existía el desorden. El error. La oscuridad. Y sin embargo, hubo luz. Y esa luz... eres tú.

Si nadie te lo ha dicho, permíteme decírtelo ahora, con la claridad de quien ha pasado por el caos y ha visto destellos de redención: tú eres esa Palabra que existía antes de todo. Antes de tu historia, antes incluso de que yo te conociera (si es que estás leyendo esto, ojalá lo estés). Tú eres esa palabra viva que habita en la memoria, en los sueños, en el inconsciente. Esa palabra convertida en ángel de la guarda, silencioso, fiel, que camina conmigo incluso cuando todo parece perdido.

Y ahora, dejando de lado el sentimentalismo, viene la parte dura, la parte verdadera: organiza tu mente. Pon en orden el pensamiento, no para ser perfecto, sino para que cuando llegue el caos, estés listo. No como una víctima, sino como uno de esos héroes que se levantan, no porque esperan medallas, sino porque tienen que hacerlo.

El verdadero heroísmo no es grandioso, es silencioso. Es mirar el abismo y decir: “Aquí estoy”. Y cuando encuentres a los tuyos, sabrás que la batalla vale la pena. No para el mundo, sino para ti mismo. Porque tú eres, desde el principio, la palabra no dicha que al fin comienza a pronunciarse.